Los defensores

jueves, 10 de mayo de 2012


El proceso de 1610  tuvo mucho eco no solo en España sino también en Europa y fue objeto de una importante polémica. Ello llevó al Inquisidor General, Bernardo de Sandoval y Rojas  a solicitar informe al propio tribunal juzgador y a personas ajenas a la Inquisición.


Con esta medida del Inquisidor general , las víctimas  del proceso de Logroño se encontraron, aunque tarde, con inesperados defensores .Una de las personas  a los que se le pidió opinión fue al humanista Pedro de Valencia,  que abordó el asunto desde posiciones rompedoras para la época, haciendo una profunda reflexión sobre la naturaleza de los cultos mistéricos, dejando la puerta abierta para pensar que los hechos relatados estaban más cerca del paganismo que de la brujería. Así eliminaba el carácter punible de las presuntas  prácticas de brujería.


Otro defensor fue el clérigo e inquisidor, que formaba parte del tribunal juzgador, Alonso Salazar y Frías, cuya labor consistió en demostrar con pruebas  la inocencia de los condenados.

            En relación con el proceso de Zugarramurdi, Pedro de Valencia, gran conocedor del mundo clásico, plantea que las juntas podrían ser gentes dedicadas al vicio y sus actos nada tendrían de maravillosos o extraordinarios y compara los “aquelarres” con las bacanales griegas, abriendo así la puerta  a la posibilidad de que los supuestos actos de brujería obedezcan a enfermedades mentales.


            Por otra parte, considera verdadero el pacto de las juntas con el diablo pero no por una decisión personal consciente, dice, sino producido por  visiones  que se producen en un sueño provocado por elementos tóxicos, ungüentos…

            Concluye que los actos realizados por los  condenados son humanos y naturales, sin la intervención extraordinaria del diablo, más allá de su presencia en cualquier acción malévola cometida por el hombre.

            Caro Baroja estima que en el fondo había un gran interés por exculpar a estos condenados y considera que la brujería es un vestigio en el fondo y en la forma del paganismo.
            Junto a este planteamiento humanista, de carácter teórico, de Pedro de Valencia, encontramos la acción contundente del inquisidor Alonso Salazar y Frías, que  fue uno de los tres jueces  que formaban el tribunal, se enfrentó a sus compañeros  y votó en contra de las condenas.
 
            Terminado el proceso de Zugarramurdi, Salazar inició una concienzuda investigación  que le llevó a la conclusión de que la mayoría de las acusaciones formuladas contra los reos eran falsas.


            Su trabajo tuvo especial trascendencia ya que a partir de esas conclusiones, las causas contra la brujería se vieron  con ojos distintos  a como se habían considerado hasta el momento.

          En consonancia, con Pedro de Valencia consideró, demostrándolo, que la mayoría de las declaraciones  y acusaciones eran fruto de la imaginación, la envidia o la calumnia.

            Diseñó un sistema para averiguar la verdad. Consistía en un cuestionario realizado a 420 personas, basado en cuatro puntos principales:
  • Donde estaban y como se llegaba a lugar de los aquelarres.
  • Qué actos se realizaban allí.
  • Pruebas  que acreditaran esos hechos.
  • Evidencias para declarar la culpa
Respecto de la primera cuestión, no hubo el menor acuerdo entre los interrogados y en muchos casos las respuestas fueron contradictorias. Así algunos afirmaban que llegaban volando como moscas o cuervos.

Todos insistían en el misterio para explicar sus viajes de ida y vuelta.


De forma hábil, propia de un gran jurista, demostró a los testigos y a los propios      “brujos” que los hechos descritos no habían ocurrido. Así, descubrió que una bruja  que afirmaba que el diablo le había quitado  tres dedos del pié, sin embargo seguía conservando los cinco.


Por este camino, en su informe, Alonso Salazar demuestra que  lo que se da por cierto en el proceso es una mentira, que el proceso no fue ni justo ni cristiano y se lamenta de no haber podido rebatir en su momento los flacos argumentos del tribunal. Ello lo apoya en los siguientes argumentos:

  • Se ha producido coacción sobre los procesados prometiéndoles la libertad si se confesaban culpables.
  • No se habían admitido la mayoría de las revocaciones de las declaraciones.
  • No se habían investigado las mentiras de los denunciantes, alguno de los cuales se jactaban de su mentira.

Este planteamiento, radical para la época, levantó importantes ampollas, y          “el defensor de las brujas”, como le llamaban, se vio obligado a rebatir punto por punto las críticas formuladas.


Planteaba en su defensa que la cuestión no era  negar la maldad del demonio sino acreditar que este hubiera actuado en los puntos y circunstancias que se dicen.


Si hubo un error, argumenta, no se debe seguir errando.

Pero Salazar no solo tuvo que convencer a sus colegas de la Inquisición  sino que también se tuvo que enfrentar a la opinión pública, condicionada por los sermones de los  predicadores  que provocaban una sugestión colectiva. Pone el ejemplo de un sermón  de fray Domingo de Sardo, en Pamplona, donde la gente empezó a confesar, al término del mismo, que habían participado en aquelarres.


Pero pese a las dificultades, la labor de Salazar no fue inútil. El 31 de agosto de 1614, la suprema aprobó una instrucción sobre el tratamiento de la brujería en la que se recogían los postulados de Salazar.


Con ello, este clérigo – jurista se adelantó a las ideas que muy poco después recorrieron Europa.



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