El proceso de 1610 tuvo mucho eco no solo en España sino también en Europa y fue
objeto de una importante polémica. Ello llevó al Inquisidor General, Bernardo de Sandoval y Rojas a solicitar informe al propio tribunal
juzgador y a personas ajenas a la Inquisición.
Con esta medida del Inquisidor general , las víctimas del proceso de Logroño se encontraron, aunque
tarde, con inesperados defensores .Una de las personas a los que se le pidió opinión fue al humanista
Pedro de Valencia, que abordó el
asunto desde posiciones rompedoras para la época, haciendo una profunda
reflexión sobre la naturaleza de los cultos mistéricos, dejando la puerta abierta
para pensar que los hechos relatados estaban más cerca del paganismo que de la
brujería. Así eliminaba el carácter punible de las presuntas prácticas de brujería.
Otro defensor fue el clérigo e inquisidor, que formaba parte del tribunal
juzgador, Alonso Salazar y Frías, cuya labor consistió en demostrar con
pruebas la inocencia de los condenados.
En relación con el proceso de
Zugarramurdi, Pedro de Valencia, gran conocedor del mundo clásico, plantea que
las juntas podrían ser gentes dedicadas al vicio y sus actos nada tendrían de
maravillosos o extraordinarios y compara los “aquelarres” con las bacanales
griegas, abriendo así la puerta a la
posibilidad de que los supuestos actos de brujería obedezcan a enfermedades
mentales.
Por otra parte, considera verdadero el
pacto de las juntas con el diablo pero no por una decisión personal consciente,
dice, sino producido por visiones que se producen en un sueño provocado por
elementos tóxicos, ungüentos…
Concluye que los actos realizados
por los condenados son humanos y
naturales, sin la intervención extraordinaria del diablo, más allá de su
presencia en cualquier acción malévola cometida por el hombre.
Caro Baroja estima que en el fondo
había un gran interés por exculpar a estos condenados y considera que la
brujería es un vestigio en el fondo y en la forma del paganismo.
Junto a este planteamiento
humanista, de carácter teórico, de Pedro de Valencia, encontramos la acción
contundente del inquisidor Alonso Salazar y Frías, que fue uno de los tres jueces que formaban el tribunal, se enfrentó a sus
compañeros y votó en contra de las
condenas.
Terminado
el proceso de Zugarramurdi, Salazar inició una concienzuda investigación que le llevó a la conclusión de que la
mayoría de las acusaciones formuladas contra los reos eran falsas.
Su trabajo tuvo especial
trascendencia ya que a partir de esas conclusiones, las causas contra la
brujería se vieron con ojos
distintos a como se habían considerado
hasta el momento.
En consonancia, con Pedro de Valencia
consideró, demostrándolo, que la mayoría de las declaraciones y acusaciones eran fruto de la imaginación,
la envidia o la calumnia.
Diseñó un sistema para averiguar la
verdad. Consistía en un cuestionario realizado a 420 personas, basado en cuatro
puntos principales:
- Donde estaban y como se llegaba a lugar de los
aquelarres.
- Qué actos se realizaban allí.
- Pruebas que
acreditaran esos hechos.
- Evidencias para declarar la culpa
Respecto de la primera cuestión, no hubo el menor acuerdo entre los interrogados
y en muchos casos las respuestas fueron contradictorias. Así algunos afirmaban
que llegaban volando como moscas o cuervos.
Todos insistían en el misterio para explicar sus viajes de ida y vuelta.
De forma hábil, propia de un gran jurista, demostró a los testigos y a
los propios “brujos” que los hechos
descritos no habían ocurrido. Así, descubrió que una bruja que afirmaba que el diablo le había
quitado tres dedos del pié, sin embargo seguía
conservando los cinco.
Por este camino, en su informe, Alonso Salazar demuestra que lo que se da por cierto en el proceso es una
mentira, que el proceso no fue ni justo ni cristiano y se lamenta de no haber
podido rebatir en su momento los flacos argumentos del tribunal. Ello lo apoya
en los siguientes argumentos:
- Se ha producido coacción sobre los procesados
prometiéndoles la libertad si se confesaban culpables.
- No se habían admitido la mayoría de las
revocaciones de las declaraciones.
- No se habían investigado las mentiras de los
denunciantes, alguno de los cuales se jactaban de su mentira.
Este planteamiento, radical para la época, levantó
importantes ampollas, y “el
defensor de las brujas”, como le llamaban, se vio obligado a rebatir punto por
punto las críticas formuladas.
Planteaba en su defensa que la cuestión no era negar la maldad del demonio sino acreditar
que este hubiera actuado en los puntos y circunstancias que se dicen.
Si hubo un error, argumenta, no se debe seguir
errando.
Pero Salazar no solo tuvo que convencer a sus colegas
de la Inquisición sino que también se tuvo que enfrentar a la
opinión pública, condicionada por los sermones de los predicadores
que provocaban una sugestión colectiva. Pone el ejemplo de un
sermón de fray Domingo de Sardo, en
Pamplona, donde la gente empezó a confesar, al término del mismo, que habían
participado en aquelarres.
Pero pese a las dificultades, la labor de Salazar no
fue inútil. El 31 de agosto de 1614, la suprema aprobó una instrucción sobre el
tratamiento de la brujería en la que se recogían los postulados de Salazar.
Con ello, este clérigo – jurista se adelantó a las
ideas que muy poco después recorrieron Europa.