Un mal sueño

miércoles, 9 de mayo de 2012

La fuerza de este  fenómeno resultó ser una epidemia. Gran número de personas, pero, sobre todo niños, empezaron a soñar que eran transportados al aquelarre por las noches mientras se hallaban durmiendo en sus camas.


Este estallido de lo que los psicólogos llamarían sueños estereotipados, un sueño repetido,  fue extendiéndose de pueblo en pueblo; noche tras noche, numerosas personas, afectadas por la ola, soñaban que eran transportadas al aquelarre.



Tan pronto como los adultos y los niños embrujados comenzaron a contar públicamente sus experiencias nocturnas, se puso en marcha la rueda del pánico. O como ya hemos comentado,  el propio Salazar dijo: No hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y hablar de ellos.


Los sueños no dieron lugar inmediatamente a las acusaciones; pasó algún tiempo sin que los niños se atreviesen a revelar la identidad de las personas que iban a buscarlos por las noches.

Cuando uno habló a su padre que un pastor lo llevaba al bosque, al  día siguiente, 30 niños más revelaron que el mismo pastor se los llevaba al aquelarre; pero tras la detención del hombre, los niños convinieron en que ahora los llevaba una viuda de sesenta años, y al ser ésta arrestada, los niños no tardaron en acusar a otra mujer.

En las zonas del área afectada por la epidemia de brujomanía se daban los tres componentes: adoctrinamiento previo, sueños repetidos y confesiones extraídas por la fuerza.

Parece ser que la epidemia llegó a su apogeo en verano y otoño de 1611, fechas en que Salazar y sus ayudantes recorrieron la zona publicando el edicto de gracia.

Cada vez que se leía el edicto en una parroquia se predicaba luego contra los brujos en términos tan realistas y sugerentes que Salazar quedó preocupado: En el insano clima actual -escribía en enero de 1612- es pernicioso nombrar esas cosas públicamente, puesto que sólo pueden acarrear al pueblo mayor daño del que ya ha experimentado.
Salazar recomendaba como el mejor remedio contra la expansión de la brujería el silencio absoluto. A partir de entonces, la histeria colectiva inició el descenso, y un año más tarde, en 1613, habla desaparecido totalmente, a excepción de algunos valles del Pirineo, donde la brujomanía apareció tarde. En ningún lugar duró la epidemia más de dos o tres años.


El motivo principal de que durase poco tan peligrosa situación fue su monstruosidad. En algunos lugares se acusó de brujería a más de medio pueblo: niños, mujeres y hombres, ricos y pobres, sacerdotes y seglares -ningún grupo social se libró-. Los niños acusaron, incluso, a sus padres, y viceversa.

Cuando el pueblo, por fin, se dio cuenta de que estaba a punto de provocar el colapso de la sociedad local, surgieron deseos de llegar a un arreglo sin la intervención de la justicia.



A nivel local la epidemia podía neutralizarse a sí misma.

No era esto, lo que los inquisidores Becerra y Valle deseaban: pero gracias a Salazar, la fiebre vasca no pasó de ser un desagradable entreacto. Después de suspender el proceso en masa de Logroño, el Consejo de la Inquisición tornó a su praxis anterior; y mientras varias instancias judiciales europeas continuaron hasta el fin del siglo condenando a las llamas a miles de brujos y brujas, la Inquisición española castigó a un par de miles con penas leves cuando no los declaró inocentes.
No obstante, fue solamente en lo de no quemar a los brujos en lo que España se adelantó al resto de Europa, aunque resulte paradójico, la Inquisición siguió juzgando casos de ese género mucho tiempo después de que los jueces del resto de Europa dejaran de hacerlo.


Por lo visto aún quedaban inquisidores del género especulativo, que pensaban en dirección contraria a la de Salazar Frías, el abogado de las brujas.





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