Razones de un temor

domingo, 6 de mayo de 2012

Si Satanás no anduvo suelto por la verde y frondosa Rioja, ¿por qué cundió el pánico de las brujas por la región en los comienzos del siglo XVII?

Los archivos de la Inquisición y, especialmente, los informes que Salazar hizo de su visita a las provincias vascas en 1611, nos permiten hoy reconstruir con gran precisión cómo surge y se propaga una epidemia de brujomanía, algo que aún no ha sido posible a los historiadores hacer en otras zonas.


En el norte de Navarra, donde el pánico se extendió en el curso del invierno de 1611 a 1612, observó Salazar que los sospechosos corrían peligro de ser linchados por las masas: se les tiraba piedras, encendían hogueras alrededor de sus casas ya algunos les destruyeron la casa con ellos dentro.

La gente de los pueblos recurría a toda clase de tormentos para obligar a los sospechosos a confesarse brujos.



 

Algunos fueron atados a los árboles frutales y abandonados allí durante la noche de invierno; pusieron a otros con los pies en agua hasta que ésta se helaba; descendieron a otros con una cuerda desde un puente y les sumergieron en las frias aguas del río.


En algunos lugares la gente sacó a rrastras a los brujos de sus casas en hilera, los colgó por las piernas de los peldaños de una larga escalera de mano, y de esa guisa recorrieron el pueblo alumbrados por antorchas entre gritos, golpes e improperios.

La violencia popular de las montañas de Navarra llegó a costar la vida aquel invierno a varias personas. Entre las víctimas se encontraba una mujer encinta, que expiró atada a un banco, mientras un nutrido grupo de gente en nombre de la ley la interrogaba aplicándole el garrote.



Pero Salazar no se limitó a informar, intentó, también, hallar una explicación. Deseaba comprender aquel súbito pánico -puesto que realmente había sido repentino-, y uno de los resultados más sorprendentes de sus pesquisas fue el descubrimiento de que, antes del inicio de las persecuciones, la supuesta secta de brujos era totalmente desconocida entre los vascos de la parte española de los Pirineos.



Existían, ciertamente, temores respecto a alguna aislada bruja de pueblo, a la que se creía con poder para hechizar a los vecinos, mas nadie había tenido noticia de que las brujas perteneciesen a una organización secreta ni de que celebrasen juntas nocturnas.


Incluso los más ancianos aseguraban ignorar lo que era un aquelarre. los aldeanos vasco-españoles lo supieron cuando el juez francés Pierre de Lancre, del Parlamento de Burdeos, hizo quemar, en 1609, a 100 brujos del País de Labourd, al lado francés de los Pirineos.



  Hasta ese año el furor de la brujomanía no se extendió a España, y, para empezar, atacó solamente a cuatro o cinco pueblecitos de la frontera.

Las noticias de la existencia de una secta de brujos llegaron por varios conductos: a través de rumores procedentes de Francia; por boca de personas que se habían desplazado a Bayona a presenciar la quema de brujos y brujas franceses y, por último, por medio de los sermones de los curas locales, exhortados por la Inquisición a prevenir a sus feligreses contra los brujos que se decía pululaban por aquellas parroquias.

En Ias otras zonas pertenecientes a la jurisdicción del tribunal de Logroño reinaron la paz y la tranquilidad hasta el año 1610, fecha en que varios predicadores fueron enviados a las montañas para convertir a los que se hubieran dejado influir por la mala secta:



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