La propaganda ha vendido la idea de una España negra donde la
Inquisición quemaba brujas para gozo de una población fanatizada. Pero la
realidad es exactamente la contraria:
España es el país de Europa que, menos brujas quemó, y ello, precisamente,
gracias al celo jurídico de la Inquisición. Fue a principios del XVII.
En esta historia hay un nombre propio: el inquisidor don Alonso de Salazar
Frías, un hombre de fe, pero también de razón, que descubrió que la
inmensa mayoría de los casos de brujería era pura patraña. Salazar pasó a la
historia como “el
abogado de las brujas”. Mientras el resto de Europa (y Norteamérica)
seguía con sus cazas de brujas, ya hacía un siglo que España había prohibido
esa práctica.
Podemos comenzar nuestra historia a finales del siglo XVI, porque la quema
de brujas no fue tanto cosa medieval como de los siglos posteriores. En toda
Europa hay una auténtica fiebre contra las brujas.
Las cifras son alucinantes: se calcula que entre los siglos XV y XVIII
habrá 100.000 juicios por brujería, de los que la mitad, 50.000, terminaron con
la quema del acusado.
Pues bien: de esas muertes, la mitad ocurrieron en los estados alemanes;
en Francia llegaron a 4.000; en países tan pequeños como Liechtenstein, las
quemas alcanzarán al 10% de la población, nada menos
España no quedará fuera de estos
procesos por brujería, aunque nuestras cifras durante el siglo XVI son
comparativamente escasas; algún autor extranjero de la época lo atribuye a que
ni el Diablo se fiaba de los españoles. Sin embargo, a finales de ese siglo XVI
se observa un aumento de la persecución.
Por qué? La ola viene de Francia, y
más precisamente de un gran jurista y filósofo político, Juan Bodino, que en
1580 ha publicado su Demonomanía de los brujos. ¿Y qué hace un jurista
hablando de estas cosas? No era sólo Bodino; en aquella época, los
intelectuales concedían a la demonología gran atención y, de hecho, el ámbito
donde se planteaban estas materias no era tanto el eclesiástico como el de la
cultura civil. Esta preocupación era reflejo de la general creencia popular en
brujos y hechicerías.
Bodino añadió un argumento político: los brujos, al reconocer como
único señor a Satanás, eran enemigos del Estado.
Por estas y otras razones, hacia
1600 hay un verdadero fenómeno de terror colectivo en torno a la brujería. La
mecha prende en la región vascofrancesa de Lapurdi. Para atender las numerosas
denuncias de brujería, el rey de Francia, a petición de los regidores locales,
envía a un juez especial, Pierre de Lancre, un hombre absolutamente convencido
de la necesidad de erradicar la brujería a sangre y fuego. Lancre entró a saco:
acusó formalmente a 3.000 vecinos y mandó quemar a unos 600, entre ellos a tres
curas.
Portugal e Italia, los países donde funcionaba la Inquisición,
fueron los que menos cazas de supuestas brujas conocieron. Gracias al sentido
común de detectives como Alonso de Salazar.
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